martes, 12 de diciembre de 2017

(Varias) The Secret -Serial- Capítulo 2



Capitulo Segundo


            DaWon no sabía dónde se encontraban las dos hermanas exactamente, pero sabía que estaban en algún lugar de la planta baja de la casa, seguramente explorando todos y cada uno de los rincones en la búsqueda de algún tesoro mientras ponían a prueba sus poderes y practicaban para fortalecerlos; pero aunque no sabía dónde se encontraban, la chica no estaba preocupada porque a pesar de que SooBin y DaYoung eran todavía bastante jóvenes, tenían la edad suficiente para poder defenderse solas. Por este motivo, la chica había decidido que, aprovechando la soledad, buscaría aquello que había ido a buscar a la casa de su infancia. No sabía qué era lo que encontraría en el libro, pero sí que sabía que en éste se encontraba la pieza que faltaba en el rompecabezas para que todo le encajara, para poder tener toda la información necesaria y para saber qué era lo que debía hacer cuando el momento llegara.


            Así que, DaWon se dirigió hacia la buhardilla de la casa y comenzó a lanzar todo tipo de hechizos de invocación para encontrar de forma más rápida el libro entre la gran cantidad de manuscritos que había en el lugar. Sin embargo, por más que lanzó hechizos y por más poderosos que fueron algunos de ellos, lo único para lo que le sirvió a la bruja fue para cansarse por la cantidad de energía que había utilizado para nada. Probablemente el libro estaba oculto, encantado, para que no pudiera ser encontrado rápidamente, ni usando la magia, lo cual tenía bastante sentido, pero DaWon tenía que probar.

            Después de gastar sus energías, bajó hasta la planta principal y utilizó las pocas fuerzas que todavía le quedaban para hallar a las hermanas. No tardó más de un segundo en ver que éstas se encontraban en el salón, así que se dirigió hacia allí y entró a la habitación, para después dejarse caer en el sofá como un peso muerto, dispuesta a descansar hasta recuperar todas sus fuerzas. SooBin y DaYoung notaron su presencia y se acercaron a ella antes de que cerrara los ojos, para acurrucarse junto a ella, una a cada lado de su cuerpo. DaWon no pudo evitar sonreír porque, a pesar de que no las unían lazos sanguíneos, aquellas pequeñas brujas la querían como si realmente fuera su hermana mayor y la cuidaban en la medida que podían. La chica se durmió, sintiendo cómo la calidez de la magia sanadora y reparadora de las chicas se extendía por su cuerpo, haciendo que se recuperara mucho más rápidamente de lo que lo habría hecho por sí misma.

            Solo habían pasado un par de horas cuando DaWon se despertó totalmente recuperada y se desembarazó de los cuerpos de las dos hermanas de forma suave para no despertarlas, dejando la habitación para seguir con su tarea en la buhardilla. Quizás no funcionaran los poderes para encontrar el libro, pero siempre podía buscar como lo hacían el resto de los humanos que no poseían el don de la magia.

           La bruja tardó desde ese momento tres días en encontrar el libro llamado La Historia de los Cielos, tres días en los que solo salió de la buhardilla para realizar las funciones básicas de su cuerpo; pero había merecido la pena porque por fin tenía en sus manos aquello que tanto había ansiado tener y aquello que finalmente la pondría en camino para poder ser de ayuda en los tiempos extraños que se avecinaban.

★★★

            La diosa de la paz salió de su palacio en los cielos para contemplar el firmamento, la noche estrellada que cubría como un manto el planeta que guardaba. Los astros brillaban de una forma espectacular, sin saber que el brillo de una de ellas se apagaría próximamente para nunca más arder. Bona había pensado mucho en ello, mucho en las posibilidades que tenía sin apagar el brillo de una estrella, sin usar aquel brillo para poder ganar la contienda… pero no había podido hallar ninguna otra solución. Habían pasado siglos desde que las cosas se habían calmado y en todos esos siglos había estado esperando pacientemente que todo volviera a torcerse mientras buscaba soluciones alternativas al uso de la estrella, sin encontrar absolutamente nada.

            Bona caminó por los cuidados y hermosos jardines de su palacio, donde el verde de los matorrales se teñía de los más diversos colores en algunos puntos gracias a las flores siempre mostrando su eterna y divina salud. Sus ligeros pasos apenas resonaban en las losas de mármol que conducían hasta el lugar más alejado del complejo, pero a la vez el más importante y doloroso para la diosa, aquel lugar en el que se encontraba el busto dorado de aquel que había sido su amor y aquel que se encontraba preso, deseoso de escapar para desatar el caos. A la diosa de la paz le gustaba observar sus rasgos de vez en cuando para así no olvidar su rostro porque sentía que si no lo recordaba, estaría cometiendo una enorme traición para aquel a quien amó; porque aunque el mundo que tanto atesoraba casi había sido destruido por ese amor, Bona no podía evitar seguir enamorada a pesar de todos los siglos que habían transcurrido desde el encierro.

            La diosa finalmente llegó a su destino, subió la escalinata de mármol y después se enfrentó al busto dorado, mirándolo fijamente durante algunos segundos antes de lanzar un suspiro melancólico y dejarse caer grácilmente a sus pies, acomodándose para pasar algo de tiempo vigilando a los humanos, tratando que la paz llegara a aquellos lugares en los que se estaban desarrollando conflictos de todo tipo, debido a que el deseo de que todos los humanos pudieran vivir en paz y armonía los unos con los otros, había sido siempre el anhelo más profundo del corazón de la diosa.

★★★

            La ciudad bullía a su alrededor, las calles estaban a rebosar de personas que estaban pasando fuera de sus hogares aquel día de evidente festividad para los humanos. A ninguna de las dos les gustaba mezclarse con la gente, pero con el paso de los siglos habían aprendido a hacerlo y se habían acostumbrado de forma relativa a estar rodeadas por diferentes personas; sin embargo, en los días como aquellos, cuando había demasiado bullicio en las calles, ni EunSeo ni Cheng Xiao podían ocultar lo horrible que era para ellas tener que cumplir su castigo mientras esperaban a que el orden establecido se volviera a reestablecer. Ambas caminaban muy juntas, tomándose de las manos para no extraviarse y tratando de no establecer contacto físico con ninguna de las personas que pasaban a su alrededor, aunque esto último era demasiado complicado y no podían evitar que de vez en cuando algún humano las tocara, algo que las desagradaba demasiado.

            Ellas no debían de estar allí, ellas no pertenecían a la tierra sino a los cielos y los humanos no eran más que la Creación de un Dios Supremo que había vivido hacía eones y que los había instalado en aquel lugar para su propio divertimento. Los humanos eran seres inferiores, frágiles, débiles y muy influenciables y manejables, por lo que en la opinión de EunSeo, no debían de existir. Por ese motivo, ambas habían unido sus fuerzas junto a su Dios cuando éste había desatado el caos y la guerra en Cosmic Earth y, por ese motivo, llevaban demasiado tiempo teniendo que caminar entre los humanos como si fueran como ellos.

            Sin embargo, cuando él regresara, cuando él tuviera por completo sus poderes de regreso, ellas también volverían a tenerlos y por fin dejarían de ser solo inmortales encerradas en aquel lugar lleno de indeseables humanos para ser de nuevo las divinidades menores protectoras que aquel al que servían. Pero mientras eso sucedía, debían seguir viviendo en aquel lugar, sin tratar de llamar la atención sobre ellas de ninguna forma especial.

            —Voy a por algo de beber a la máquina expendedora —le anunció EunSeo—. Espérame por allí que hay menos gente, sé que te gusta tan poco como a mí estar rodeada.

            Cheng Xiao le sonrió con afecto y después se dirigió hacia el lugar que la otra le había indicado para esperarla. Había menos personas en aquella calle secundaria que medía poco más de dos metros y que era más una separación entre las casas que una calle propiamente dicha, pero por esa misma razón, justo en la boca de aquel lugar, no había absolutamente nadie y alrededor tampoco había demasiadas personas. Cheng Xiao se permitió respirar hondo y relajarse en ese entorno, mirando hacia el cielo, aquel lugar en el que el astro rey se encontraba sobre sus cabezas, pero comenzando su lento descenso hacia el oeste. Ella nunca se había codeado con una divinidad tan importante como el Dios del Sol, solo se había dedicado a servirlo a él, al Dios de la Guerra; pero antes de que decidieran exiliarlas, le habría encantado conocer a ese Dios en concreto porque debía de ser alguien muy brillante.

            Estaba tan metida en sus pensamientos, que no se dio cuenta en ningún momento que un joven alto y delgado, con el pelo castaño claro, se había acercado a ella, al menos no se dio cuenta de ello hasta que su sombra le tapó algo de su campo de visión.

            —¿Estás bien? —le preguntó el muchacho con una sonrisa cálida—. Pareces como perdida y estás mirando directamente al sol aunque no es bueno para los ojos.

            Cheng Xiao lo miró de arriba abajo durante un momento, pero no le contestó, simplemente dio un paso atrás, pegándose a la pared, para alejarse de él. El muchacho debió de ver perfectamente que lo rehuyó y en sus ojos oscuros apareció una sombra de dolor; ella, no obstante, ignoró esa sombra y al chico hasta que llegó EunSeo con un par de latas de refresco fresquitas, una para cada una, y la recibió con un beso en los labios. El chico, al ver aquello, simplemente le dedicó una leve disculpa y se fue como si nunca hubiera estado allí.

            —¿Quién era ese chico? —le preguntó EunSeo.
            —No lo sé —respondió—. Solo se ha acercado porque pensaba que estaba perdida.

★★★

            LuDa aún no se acostumbraba al nuevo lugar en el que se encontraba, ni tampoco a las tareas que debía de realizar a pesar de que las otras dos chicas que allí se encontraban eran muy pacientes con ella y le explicaban absolutamente todo lo que quería saber sin ningún signo de malestar, quizás sabiendo que para ella era todo demasiado nuevo y que no entendía siquiera el motivo por el que había sido elegida. LuDa siempre había sido una muchacha normal y corriente, que acababa de terminar la secundaria y que tras esos últimos días de verano libres iba a comenzar su vida universitaria. Y sin embargo, allí se encontraba, haciendo algo totalmente diferente a lo que había imaginado.

            Según MeiQi y XuanYi, las dos chicas que vivían en aquel templo tallado en la roca bajo la montaña, se había convertido en una sacerdotisa de la Diosa de la Paz que había sido elegida por la mismísima Diosa para llevar a cabo su cometido en Cosmic Earth debido a su gran poder espiritual. LuDa jamás había creído en dioses o en poderes espirituales, pero después de tantos sueños repetitivos con aquella chica preciosa que debía de ser la Diosa de la que tanto hablaban y su aparición en aquel lugar cuando debería haber estado junto a sus amigos, durmiendo sobre la arena, habían acabado por convencerla de que todo eso existía.

            No obstante, la chica no podía evitar pensar más a menudo de lo que quizás debería teniendo en cuenta que su situación no era para nada mala y que, realmente no sentía ningún deseo por regresar, si su familia o sus amigos lo estaban pasando mal o si la estaban buscando o si creían que la había arrastrado el mar y solo esperaban a que la marea devolviera su cuerpo sin vida.

            —Ser la sacerdotisa de la Diosa de la Paz es un honor —le comentó MeiQi, con voz dulce y calmada—. Todas las que nos encontramos repartidas por el mundo tenemos la importante tarea de llevar la paz al mundo con nuestras oraciones.
            —Somos pocas, siempre lo hemos sido —continuó XuanYi—, por lo que somos incapaces de acabar con absolutamente todos los conflictos que se producen en este vasto mundo… pero solo las que son realmente merecedoras de ello pueden ser sacerdotisas.
            —¿Cómo solo una oración detiene un conflicto armado? —cuestionó LuDa.
            —No lo hace —le respondió la chica del pelo corto—, al menos no solo una oración lo hace, porque si así fuera, cualquier persona que orara por ello podría detenerlo.
            —Son los rituales que llevamos a cabo, nuestra capacidad para mezclar nuestros poderes espirituales en la oración y el poder ayudar con éstos a la Diosa, lo que hace que ella pueda intervenir, de forma indirecta en la resolución de los conflictos pacíficamente —dijo MeiQi—. No podemos evitarlos, pero sí que podemos hacer que duren el menos tiempo posible y que la población sufra el menor impacto posible.
            —Sigo sin entender lo de los poderes espirituales —comentó LuDa, porque el propósito de los rezos y todo lo demás sí que lo había entendido. A ella también le encantaría que hubiera paz en el mundo—. Yo no tengo ninguno, por eso sigo sin saber por qué estoy aquí.
            —Sí que lo tienes y es bastante grande —replicó XuanYi—. Pero todavía no ha despertado, pero por eso la Diosa te ha enviado con nosotras… para que hagamos que despierte antes de que todo esto comience.
            —¿Esto? ¿El qué? —cuestionó, bastante confusa.
            —La tarea final de nuestra Diosa —dijo la del pelo largo—. El motivo por el que estás aquí, LuDa.
           
★★★

            Tras su largo paseo por el Bosque Sagrado, YeoReum finalmente llegó hasta el lugar que había estado buscando: el Santuario. El aire era mucho más pesado allí que en el resto del bosque y en el ambiente se respiraba la antigüedad y magnificencia del poder que habitaba en ese lugar. Ella nunca había sentido algo parecido entre aquellos con quienes vivía, a pesar de que algunos de ellos eran realmente poderosos, porque a pesar de que su pueblo se sirviera de la naturaleza y del poder de ésta para vivir, era poco al poder natural al que podían acceder. No obstante, allí, en el Santuario, el poder natural era a la vez magnífico y abrumador y YeoReum todavía se preguntaba si ella iba a ser capaz de canalizar todo aquel poder para poder llevar a cabo su cometido.

            La elfa estaba insegura. A ella había sido a quien le habían encomendado la tarea de ayudar cuando el mundo se viera en peligro por aquella amenaza que iba a llegar desde la luna mayor de aquel planeta, pero siempre había pensado que ella también daría el testigo a alguien más joven y capacitado cuando llegara el momento y que, como sus antecesoras en aquel cargo, jamás tendría que luchar contra la amenaza. YeoReum siempre había tenido aquella vana esperanza… hasta que había comenzado a notar en cada centímetro de su piel que algo iba realmente mal y que ese mal no pararía de extenderse a no ser que ella aportara su granito de arena en esa importante y enorme misión que era la de proteger a cada ser vivo de Cosmic Earth.

            Lanzó un suspiro al aire fresco que precedía la llegada del Sol al cielo y después se dejó caer grácilmente sobre la hierba del suelo, sintiéndose muy cansada tras el viaje realizado y por la presión que el poder que emanaba de aquel lugar ejercía sobre ella. Los doce imponentes obeliscos de amatista que se encontraban dispersos en el gran claro canalizaban el poder desde lo más profundo del núcleo de la tierra la afectaban de una forma que la elfa no había pensado que pudiera suceder, pero sabiendo que éstos influían en ella y en cómo se sentía, YeoReum también sabía que ella era la única que podía hacer aquello, la única que podría manejar ese poder, aunque siguiera creyendo que no estaba preparada para hacerlo.

            Cuando los primeros rayos de luz solar iluminaron el claro, la elfa vio cómo su acompañante lobo salía de los árboles y se dirigía hasta ella para tumbarse justo a su lado. YeoReum le acarició detrás de las orejas de forma distraída y dirigió su mirada hacia el cielo, donde la gran luna comenzaba a perder su brillo por la acción del Sol. La actividad que tanto había sido anunciada, había comenzado por fin.

★★★

            Patrullar el perímetro de Cosmic Earth para alejar a las amenazas exteriores había sido siempre su cometido y siempre lo habían realizado con dedicación porque para ello habían adquirido sus poderes y ni tan siquiera después de llevar milenios llevando a cabo aquel mismo menester ninguna de las dos divinidades se había cansado de aquello a pesar de lo monótono y repetitivo que era aquel cometido. Al contrario, SeolA y EXY tenían tanto conocimiento y control sobre el espacio que las rodeaba que podían saber cuándo un mínimo cambio se producía en éste. Eran las mejores por eso mismo, para mantenerse al tanto de lo que ocurría en la Luna mayor, las mejores para poder alertar a la única diosa que aún se preocupaba por el destino de aquel mundo de que el peligro se cernía sobre ellos.

            Y EXY fue la que notó ese mínimo cambio en la Luna mayor.

            Había sido simplemente un pequeño haz de luz que apenas había podido vislumbrar, pero ese pequeño haz de luz era algo que no debería de haber estado ahí y que significaba que el dios allí encerrado estaba recuperando sus poderes.

            —¿Lo has visto? —le preguntó a su compañera, pero ésta hizo un movimiento negativo con su cabeza—. Ha habido una pequeña luz procedente de la luna —continuó.
            —Eso no es buena señal —respondió SeolA.
            —No lo es.

            Y sin decir ninguna palabra más, porque ambas sabían la gravedad que suponía que hubiera algo extraño en aquella luna, SeolA viró la trayectoria del coche para dejar su habitual recorrido alrededor de Cosmic Earth y dirigirse hacia algún punto más cercano a la Luna mayor desde el cual poder ver qué era lo que estaba sucediendo en ese lugar. Si de verdad aquel dios encerrado y despojado de sus poderes los estaba recuperando, eso quería decir que el momento que tanto temían llegaría pronto, aquel momento que habían vaticinado los oráculos antiguos y que ninguna de las guardianas quería que se llegara a producir jamás. Ellas serían las primeras que se tendrían que topar con la furia del dios y ambas sabían que no estaban preparadas para hacerle frente y salir con vida… por eso deseaban con todas sus fuerzas que el plan que había trazado la diosa diera resultado.



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