martes, 5 de diciembre de 2017

(Varias) The Secret -Serial- Capítulo 1


Capitulo primero


En el lugar más elevado de Cosmic Earth se encontraba el hogar de los dioses que antaño velaban por la seguridad de los inquilinos de aquel planeta. Hacía siglos que los humanos habían dejado de creer en ellos, movidos por el impulso del desarrollo del conocimiento científico, y los dioses habían acabado por despreocuparse de lo que sucedía a nivel del suelo. Ahora, todos ellos se dedicaban a los placeres de la vida mientras prolongaban su existencia vacía década tras década, siglo tras siglo, milenio tras milenio… no obstante, todavía quedaba una divinidad en aquel panteón que seguía vigilante.


Bona, la hermosa diosa de la paz, seguía observando qué hacían los humanos y cómo podía ayudarlos a mantener alejados los conflictos que siempre mermaban la población y que causaban tantos males irreparables. Solo ella miraba tanto a la tierra que se extendía a las faldas de aquel monte sagrado cómo al cielo que cubría sus cabezas. Solo ella atendía a las demandas de los humanos y solo era ella quien observaba los astros, esperando a que éstos le indicaran que había llegado el momento en el que debían comenzar todos los preparativos para acabar con el mal que se cernía sobre ellos.

La diosa miraba al cielo plagado de nubes, observando entre la blancura y esponjosidad de éstas el satélite mayor de los dos que aquel planeta tenía orbitando a su alrededor. No había ninguna actividad, desde que observaba aquella formación rocosa nunca había habido nada extraño en ella, pero Bona sabía que algo había cambiado aunque no pudiera verlo, lo sentía en cada centímetro de piel de su cuerpo, sentía que él se estaba haciendo más fuerte cada día que pasaba.

El momento final estaba muy cerca… y solo esperaba poder estar preparada para poder enfrentarse de nuevo a quien había amado desde hacía tanto tiempo. Bona cerró sus ojos y dejó de pensar en ello. Hacía milenios que había tomado la determinación de detenerlo, de luchar contra él para que no pudiera llevar a cabo aquella venganza que había jurado obtener antes de ser enviado a la que todavía seguía siendo su cárcel.

La diosa lucharía. Lo haría por el bien de los seres humanos que se habían encomendado a ella desde los albores de los tiempos… lo haría aunque su corazón, aquel que jamás pensó podría latir con intensidad, se terminara de marchitar y su cuerpo acabara por ser aquel caparazón vacío de sentimientos que siempre tendría que haber sido.

★★★

         La oscuridad lo cubría todo como un manto, suave y cálido en aquella noche de verano en la que el bosque estaba silencioso como nunca antes lo había estado. Las aves nocturnas no rompían el silencio con sus llamados y las criaturas que correteaban por el herbáceo suelo tampoco hacían sus característicos ruidos, convirtiendo aquella noche en algo sumamente extraño, pero a la vez conocido. El silencio en el Bosque Sagrado, tal y como estaba escrito, habría de ser uno de los preludios de que un mal sin precedentes se avecinaba.

            La joven que caminaba por el bosque, envuelta en pieles de animales no sentía el calor de aquella noche, pero sí sentía que algo estaba a punto de pasar, era una certeza que habitaba en su corazón y que cada día se hacía más y más fuerte hasta que llegara el momento final… pero cuando eso sucediera, ella debía de estar preparada. Por ese mismo motivo, se adentraba más y más en el bosque, acompañada por el débil susurro que las almohadilladas patas de su acompañante hacían al pisar la hierba, queriendo llegar hasta el mismísimo corazón de éste, el lugar en el que debía permanecer y estar atenta a cada cambio que se produjera en el cielo nocturno.

            Sus pies descalzos casi no rozaban el suelo que pisaba, más que caminar, parecía que levitaba sobre éste, haciendo que de esta forma no quedaran huellas de sus pasos por el lugar, ya que ningún otro habitante de aquel bosque debía saber hacia dónde se había marchado. Aquella misión era su cometido, así se lo habían encomendado hacía tanto tiempo que ya apenas recordaba, un tiempo en el que aún podía notar los cambios de temperatura en su nívea y delicada piel.

            Sin previo aviso, su acompañante se detuvo y gruñó  bajo, gruñido que reverberó en el bosque y que rompió el silencio. La joven se agachó junto a él con un movimiento suave y abrazó el cuello del peludo animal, sintiendo bajo sus manos su pulso irregular. Él también estaba notando que se acercaban a su destino y sentía la misma inquietud que ella dentro de su pecho.

            —Tranquilo… —le susurró dulcemente—. Estoy aquí contigo y nunca te dejaré.

El animal, aquel espíritu sagrado del bosque que había tomado la forma material de un lobo de pelaje grisáceo y blanco, se fue calmando poco a poco, hasta que lo hizo del todo y la joven pudo respirar tranquila de nuevo. Ella se levantó del suelo y alzó su cabeza hacia el cielo, buscando cualquier cambio en él que pudiera observar entre las ramas del follaje. Se retiró el suave y fino cabello de su rostro, colocándolo detrás de una de sus puntiagudas orejas y tras esto suspiró.

Todavía no se apreciaba ningún cambio en el cielo, pero éste no tardaría en producirse, por lo que debía darse prisa.

YeoReum acarició levemente la cabeza del lobo para indicarle que debían volver a caminar por el bosque y ser veloces. Su destino todavía quedaba bastante lejos y no le quedaba demasiado tiempo. El hada comenzó a correr, guiada por los malos sentimientos que reverberaban en su corazón y que provenían del lugar al que se dirigía, siendo seguida inmediatamente de su fiel acompañante.

★★★

            La puerta de la vieja casa se abrió lentamente con un chirrido que denotó que las bisagras necesitaban urgentemente un poco de aceite para volver a funcionar como lo hacían antes y un pasillo largo que cruzaba la vivienda desde la parte delantera hasta la trasera apareció ante los ojos de las tres chicas que se encontraban en la entrada. En el lado izquierdo, según su perspectiva, se abrían una serie de puertas, mientras que hacia la derecha solo había una escalera que subía a la segunda planta de aquel adosado. Aquella que había abierto la puerta y que todavía sujetaba el juego de llaves con el que lo había hecho, inspiró hondo, notando un aroma vagamente familiar, mezclado con el olor a cerrado y partículas de polvo, que todavía recordaba perfectamente y supo que en el interior todo debía seguir igual que cuando la casa fue dejada, hacía ya más de una década.

            La chica guardó las llaves en el bolsillo de sus pantalones cortos y echó a andar hacia el interior de la casa, sabiendo sin siquiera mirar hacia atrás que sus otras dos acompañantes la seguían de cerca. La puerta fue cerrada con suavidad a sus espaldas con solo un pensamiento mientras se dirigía hacia la primera puerta y entraba en la habitación que ésta guardaba, aquel salón comedor en el que cuando era pequeña jugó mientras era observada por sus progenitores, los recuerdos de su niñez agolpándose en su mente por cada mueble tapado con una sábana que iba destapando cuando parpadeaba.

            —Todo sigue igual a como lo recordaba —murmuró, llamando la atención de las otras dos chicas, que lo miraban todo con la curiosidad de quien no había estado antes en aquel lugar.
            —Nunca pensamos que en un lugar tan corriente como este hubiera tal cantidad de magia en el ambiente —comentó la mayor de las dos hermanas.
            —Es extraño —completó la menor.
            —Esta casa siempre ha estado habitada por miembros de mi familia —la chica que las había llevado hasta allí se giró para mirarlas mientras hablaba, notando cómo éstas estaban tomándose de las manos, como solía ser natural en ellas—. Y todos han dejado una pequeña impronta de su magia en ella.

            Ambas movieron su cabeza de arriba hacia abajo al unísono, seguramente notando los distintos poderes mágicos que se respiraban en aquel ambiente y DaWon les dedicó una sonrisa cálida.

Tras esto, siguió con su recorrido por la casa, comenzando a adecentarla porque aquel lugar sería donde vivirían hasta que encontraran lo que habían ido a buscar allí. Las gemelas la siguieron por toda la vivienda, sin querer separarse de ella hasta que todo estuviera en orden, quizás su ayuda no era mucha, teniendo en cuenta que sus capacidades mágicas aún no se había desarrollado del todo, pero su presencia y calidez eran bastante reconfortantes para alguien que había pasado los últimos años de su vida solitariamente buscando cualquier indicio que la llevara hasta aquel objeto que tanto ansiaba encontrar.

            Apenas había pasado una hora desde la llegada de las tres chicas a la casa cuando ya habían llegado hasta la buhardilla, lugar en el que se encontraban varias estanterías plagadas de libros de magia, de todas las especialidades, con todos los conocimientos que cualquier persona con un mínimo de afinidad con la magia pudiera desarrollar sus poderes. Aquel lugar siempre había sido el santuario de la pequeña DaWon, el lugar donde mejoraba día a día y el único en el que antaño podía usar su magia sin que nadie la juzgara por ello.

            Allí se guardaban la mayor parte de sus recuerdos y allí, la chica estaba segura que se encontraba el libro que estaba buscando, el libro que la ayudaría a librar su pequeña batalla contra el mal que se avecinaba.

★★★

            El sol brillaba alto cuando un grupo de amigos llegó a la playa virgen que habían escogido para pasar un par de días, con la sola compañía del sonido de las olas rompiendo contra la costa y simplemente disfrutando de estar los unos con los otros antes de comenzar otra vez a tener responsabilidades de las que no podían escapar. Los últimos días de su libertad comenzaban y terminaban en aquel lugar para todos, menos para una persona, cuyo destino era otro completamente distinto, aunque ni ésta misma lo sabía, a pesar de haber sido ella quien había organizado todo aquel viaje, movida por un fuerte impulso que no sabía de dónde provenía exactamente.

            Mientras organizaban las cosas que habían llevado al lugar, se les fue la mañana y prácticamente toda la tarde, por lo que solo pudieron disfrutar del sitio un poco de tiempo antes de que anocheciera. Aun así, el grupo de amigos se quedó en la playa por la noche, haciendo una pequeña hoguera y cenando a la luz de la luna antes de quedarse dormidos de madrugada. Fue en ese momento, cuando la chica que había preparado el viaje se quedó dormida finalmente, que comenzó todo.

            LuDa nunca había tenido sueños demasiado raros, pero desde hacía un tiempo, uno de ellos se repetía sin que pudiera evitarlo, uno en el que una joven hermosa, vestida con ropas blancas y vaporosas, le decía que la siguiera.

            La chica tuvo aquel sueño esa noche también, pero aquella vez, fue un poco diferente. La hermosa joven que aparecía en él le volvía a pedir que la acompañara, pero, tras esto, en lugar de desaparecer, le tendió la mano y  esperó pacientemente a que la tomara y la siguiera por la arena de la playa. LuDa escuchaba el sonido de las olas rompiendo y el ruido que hacían sus propios pies sobre la arena, al igual que sentía la arena en la que estos se hundían. Aquel sueño era bastante real, pero no quería despertar porque sentía que aquel sueño era el propósito de su visita a aquel lugar.

            La hermosa joven que la guiaba, lo hizo durante lo que le parecieron horas sin decir ni una palabra, sin girarse hacia ella para ver si la seguía o no, probablemente muy segura de que LuDa no daría la vuelta y regresaría al lugar en el que había dejado a sus amigos. Solo después de mucho tiempo, la joven detuvo sus pasos y por fin le volvió a mostrar su rostro, en el que había una sonrisa que llenó de calidez a la chica.

            —Hemos llegado —le dijo.

Su voz era clara y cristalina, como el agua que debía haber recorrido el planeta antes de que la contaminación comenzara a dejar su huella en él.

—¿Llegar? ¿Dónde? —cuestionó.

Sin embargo, la joven no le contestó de forma inmediata, solo giró su cabeza en dirección al acantilado que estaba cerca de ellas. Hasta el momento, a LuDa le había parecido un acantilado normal, el lugar en el que tenía su fin la playa sobre la que había caminado; sin embargo, en ese momento, se dio cuenta de que tallada en la roca, se encontraba una entrada columnada tallada.

—Espero que puedas cumplir tu destino aquí —comentó la joven—. Espero que me ayudes en mi cometido.

LuDa quiso preguntarle a qué se refería, pero en ese momento, se despertó de su extraño sueño en un lugar todavía más extraño. La chica recordaba haberse quedado dormida en la arena con sus amigos, sobre una toalla, pero se había despertado sobre una mullida cama en un espacio tallado en la roca y levemente iluminado por velas, acompañada además por dos chicas desconocidas que la miraban sonrientes.

—¿Dónde estoy? —preguntó, asustada.
—Estás en el Santuario en la tierra de la Diosa de la Paz, Bona —respondió la chica del pelo largo—. Bienvenida, te estábamos esperando.
—¿Santuario…? ¿Diosa…? ¿Esperando…? —LuDa no entendía nada.
—Sí. La Diosa nos avisó de tu llegada —contestó la otra chica, la que tenía el pelo corto—, así que estábamos muy ansiosas por conocerte.

A LuDa le daba vueltas la cabeza y, repentinamente, cayó dormida sobre la cama de nuevo, soñando de nuevo con la joven hermosa que la había guiado hasta allí. No obstante, aquella vez no la pidió que la siguiera, sino que la ayudara y LuDa, sin saber realmente el por qué, le prometió que lo haría.

★★★

            Dos jóvenes observaban cómo el cielo de color oscuro pasaba lentamente a convertirse en un cielo de tonos rosáceos hasta que finalmente, el azul claro comenzó a tomar posesión de todo. Para las personas normales, era un hecho que a determinada hora, según la estación del año, el Sol salía por el Este; sin embargo, para ellas, era más que notoria la divinidad que guiaba al astro rey en su recorrido por la bóveda celeste. Antaño, ellas tenían también un cometido. Antaño, ellas eran quienes debían de proteger al Dios al que servían, a ello se debía su existencia… y, sin embargo, no pudieron hacerlo y acabaron de la forma en la que se encontraban ahora.

            No habían podido protegerlo y por eso habían acabado así, exiliadas en Cosmic Earth, sin sus poderes y castigadas a pasar la eternidad junto a los humanos, sin siquiera tener la oportunidad de acabar con sus vidas y así terminar su sufrimiento. Siempre habían creído que su castigo había sido demasiado duro, tanto el que ellas sufrían como el de quien habían tratado de proteger, pero no habían podido hacer nada por  evitarlo en el momento en el que fueron despojadas de aquello que las hacía ser unas divinidades menores. En ese momento no tenían nada y solo se tenían la una a la otra.

Así, habían vivido por los últimos cientos de años, esperando por el tan anunciado momento en el que el regresaría para tomar venganza contra todos, pero sobre todo contra ella, la Diosa que había hecho que todo se volviera de aquella forma… y ese momento, estaba a punto de llegar, ambas lo sentían. Los poderes del Dios que había sido tratado tan injustamente estaban regresando poco a poco, haciéndolo más fuerte para poder condenar a los que sí se merecían ser condenados.

—Pronto regresará —susurró EunSeo a espaldas de Cheng Xiao, abrazándola por la cintura y atrayéndola a su cuerpo—. Pronto regresará y nosotras podremos volver a ser las de antes, podremos volver a tomar lo que era nuestro antes de que todo sucediera.
—Sí. Espero que ese día llegue lo más pronto posible —respondió.

La chica giró su cabeza un poco para observar de reojo a su acompañante, antes de girar por completo su cuerpo para tomar sus labios durante unos momentos.
—Echo de menos nuestro verdadero hogar —murmuró EunSeo una vez que sus bocas se hubieron alejado la una de la otra, observando aquella lejana y alta montaña en la que todos los dioses habitaban.
—Dentro de poco tiempo volveremos a entrar —prometió Cheng Xiao, sabiendo con certeza que, una vez que él regresara a Cosmic Earth, todo sería suyo de nuevo.

★★★

            Cada día era igual que el anterior, cada día, las divinidades menores que habían sido encargadas de tan importante cometido se despertaban y se subían aquel vehículo que solo hacía unas décadas habían adquirido para patrullar el perímetro de la Luna mayor y de Cosmic Earth, buscando cualquier indicio de algún cambio, por más nimio que fuera, ya que cualquier cosa era muy importante para cumplir con la misión que llevaban siglos acometiendo. El vehículo era parecido a los que poblaban el planeta a sus pies, pero éste no necesitaba combustible o mantenimiento siquiera, solo se movía guiado por los deseos de la persona que lo conducía en aquella gravedad cero.

            La chica que conducía miraba al frente con gran determinación, a pesar de que llevaba siglos haciendo lo mismo, porque un descuido de su parte llevaría a la ruina a los demás; mientras que la otra, solo miraba distraídamente a través de la ventanilla del asiento del acompañante. No había nada nuevo, nada que indicara un movimiento de quien estaban custodiando, pero la conductora sabía perfectamente que el momento en el que todo se volvería patas arriba estaba a punto de llegar, a pesar de que no podía verse nada todavía. Lo sentía en sus huesos.

            —Lo sientes, ¿verdad? —le cuestionó a su acompañante y ésta dejó de observar el negro infinito del espacio para mirarla a los ojos—. ¿Sientes lo mismo que yo?
            —Sí. Lo siento —fue su corta respuesta—. Se acerca el momento en el que seremos puestas a prueba como carceleras, el momento en el que tengamos que luchar por nuestras vidas para así poder proteger todo lo que nuestra Diosa ha protegido con tanto fervor.

            La chica que conducía asintió lentamente y después volvió a centrar su atención en aquella inmensa Luna que se encontraba frente a ellas. No lo podía ver, nunca lo habían visto ninguna de las dos, pero sabían que él estaba allí, siempre vigilante, siempre esperando el momento oportuno para volver a descargar su ira contra el planeta y las gentes que ellas y su Diosa siempre habían tratado de proteger a toda costa.



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